[1.]— La
ideología en general, y la ideología alemana en particular
[f. 2] La crítica
alemana no se ha salido, hasta en estos esfuerzos suyos de última hora, del
terreno de la filosofía. Y, muy lejos de entrar a investigar sus premisas
filosóficas generales, todos sus problemas brotan, incluso sobre el terreno de
un determinado sistema filosófico, del sistema hegeliano. No sólo sus
respuestas, sino también las preguntas mismas, entrañan un engaño. La
dependencia respecto de Hegel es la razón de por qué ninguno de estos modernos
críticos ha intentado siquiera una crítica omnímoda del sistema hegeliano, por
mucho que cada uno de ellos afirme haberse remontado sobre Hegel. Su polémica
contra Hegel y la de los unos contra los otros se limita a que cada uno de
ellos destaque un aspecto del sistema hegeliano, tratando de enfrentarlo, a la
par, contra el sistema en su conjunto y contra los aspectos destacados por los
demás. Al principio, tomábanse ciertas categorías hegelianas puras y
auténticas, tales como las de sustancia y autoconciencia [iii], para
profanarlas más tarde con nombres más vulgares, como los de Género, el Unico,
el Hombre [iv], etc.
Toda la crítica
filosófica alemana desde Strauss hasta Stirner se limita a la crítica de las
ideas religiosas [v]. Se
partía de la religión real y de la verdadera teología. Se determinaba de
distinto modo en el curso ulterior qué era la conciencia religiosa, la idea
religiosa. El progreso consistía en incluir las ideas metafísicas, políticas,
jurídicas, morales y de otros tipos, supuestamente imperantes, en la esfera de
las ideas religiosas o teológicas, explicando asimismo la conciencia política,
jurídica o moral como conciencia religiosa o teológica y presentando al hombre
político, jurídico o moral y, en última instancia, «al hombre», como el hombre religioso.
Tomábase como premisa el imperio de la religión. Poco a poco, toda relación
dominante se explicaba como una relación religiosa y se convertía en culto: el
culto del derecho, el culto del Estado, etc. Por todos partes se veían dogmas,
nada más que dogmas, y la fe en ellos. El mundo era canonizado en proporciones
cada vez mayores, hasta que, por último, el venerable San Max [vi] pudo santificarlo en bloque y darlo por
liquidado de una vez por todas.
Los viejos
hegelianos lo comprendían todo una vez que lo reducían a una de
las categorías lógicas de Hegel. Los jóvenes hegelianos locriticaban todo sin más que deslizar debajo de
ello ideas religiosas o declararlo como algo teológico. Los jóvenes hegelianos
coincidían con los viejos hegelianos en la fe en el imperio de la religión, de
los conceptos, de lo general, dentro del mundo existente. La única diferencia
era que los unos combatían como usurpación ese imperio que los otros reconocían
y aclamaban como legítimo.
Y, como para estos
jóvenes hegelianos las representaciones, los pensamientos, los conceptos y, en
general, los productos de la conciencia por ellos sustantivada eran
considerados como las verdaderas ataduras del hombre, exactamente lo mismo que
los viejos hegelianos veían en ellos los auténticos nexos de la sociedad
humana, era lógico que también los jóvenes hegelianos lucharan y se creyeran
obligados a luchar solamente contra estas ilusiones de la conciencia. En vista
de que, según su fantasía, las relaciones entre los hombres, todos sus actos y
su modo de conducirse, sus trabas y sus barreras, son otros tantos productos de
su conciencia, los jóvenes hegelianos formulan consecuentemente ante ellos el
postulado moral de que deben trocar su conciencia actual por la conciencia humana,
crítica o egoísta [vii],
derribando con ello sus barreras. Este postulado de cambiar de conciencia viene
a ser lo mismo que el de interpretar de otro modo lo existente, es decir, de
reconocerlo por medio de otro interpretación. Pese a su fraseología que
supuestamente «hace estremecer el mundo», los jóvenes hegelianos son, en
realidad, los mayores conservadores. Los más jóvenes entre ellos han
descubierto la expresión adecuada para designar su actividad cuando afirman que
sólo luchan contra «frases» [5]. Pero
se olvidan de añadir que a estas frases por ellos combatidas no saben oponer
más que otras frases y que, al combatir solamente las frases de este mundo, no
combaten en modo alguno el mundo real existente. Los únicos resultados a que
podía llegar esta crítica filosófica fueron algunos esclarecimientos en el
campo de la historia de la religión, harto unilaterales por lo demás, sobre el
cristianismo; todas sus demás afirmaciones se reducen a otras tantas maneras de
adornar su pretensión de entregarnos, con estos esclarecimientos
insignificantes, descubrimientos de alcance histórico-mundial.
A ninguno de estos
filósofos se le ha ocurrido siquiera preguntar por el entronque de la filosofía
alemana con la realidad de Alemania, por el entronque de su crítica con el
propio mundo material que la rodea [viii]
[p. 3] Las
premisas de que partimos no son arbitrarias, no son dogmas, sino premisas
reales, de las que sólo es posible abstraerse en la imaginación. Son los
individuos reales, su acción y sus condiciones materiales de vida, tanto
aquellas con que se han encontrado ya hechas, como las engendradas por su
propia acción. Estas premisas pueden [p. 4] comprobarse, consiguientemente, por
la vía puramente empírica.
La primera premisa
de toda historia humana es, naturalmente, la existencia de individuos humanos
vivientes [x]. El
primer estado que cabe constatar es, por tanto, la organización corpórea de
estos individuos y, como consecuencia de ello, su relación con el resto de la
naturaleza. No podemos entrar a examinar aquí, naturalmente, ni la contextura
física de los hombres mismos ni las condiciones naturales con que los hombres
se encuentran: las geológicas, las oro-hidrográficas, las climáticas y las de
otro tipo [xi]. Toda
historiografía tiene necesariamente que partir de estos fundamentos naturales y
de la modificación que experimentan en el curso de la historia por la acción de
los hombres.
Podemos distinguir
ios hombres de los animales por la conciencia, por la religión o por lo que se
quiera. Pero los hombres mismos comienzan a ver la diferencia entre ellos y los
animales tan pronto comienzan a producir sus medios de vida, paso este que se
halla condicionado por su organización corpórea. Al producir sus medios de
vida, el hombre produce indirectamente su propia vida material.
El modo de
producir los medios de vida de los hombres depende, ante todo, de la naturaleza
misma de los medios de vida con que se encuentran y que hay que reproducir.
[p. 5] Este modo
de producción no debe considerarse solamente en el sentido de la reproducción
de la existencia física de los individuos. Es ya, más bien, un determinado modo
de la actividad de estos individuos, un determinado modo de manifestar su vida,
un determinado modo de vida de los mismos. Los individuos son tal
y como manifiestan su vida. Lo que son coincide, por consiguiente, con su
producción, tanto con lo que producen como con el modo de cómo producen. Lo que los individuos son
depende, por tanto, de las condiciones materiales de su producción.
Esta producción
sólo aparece al multiplicarse
la población. Y presupone, a su vez, un trato [Verkehr] [6] entre los individuos. La forma de esté
intercambio se halla condicionada, a su vez, por la producción [xii].
Allí donde termina la especulación, en la
vida real, comienza también la ciencia real y positiva, la exposición de la
acción práctica, del proceso práctico de desarrollo de los hombres. Terminan
allí las frases sobre la conciencia y pasa a ocupar su sitio el saber real. La
filosofía independiente pierde, con la exposición de la realidad, el medio en
que puede existir. En lugar de ella, puede aparecer, a lo sumo, un compendio de
los resultados más generales, abstraídos de la consideración del desarrollo
histórico de los hombres. Estas abstracciones de por sí, separadas de la
historia real, carecen de todo valor. Sólo pueden servir para facilitar la
ordenación del material histórico, para indicar la sucesión de sus diferentes
estratos. Pero no ofrecen en modo alguno, como la filosofía, receta o patrón
con arreglo al cual puedan aderezarse las épocas históricas. Por el contrario,
la dificultad comienza allí donde se aborda la consideración y ordenación del
material, sea de una época pasada o del presente, la exposición real de las
cosas. La eliminación de estas dificultades hállase condicionada por premisas
que en modo alguno pueden darse aquí, pues se derivan siempre del estudio del
proceso de vida real y de la acción de los individuos en cada época.
Destacaremos aquí algunas de estas abstracciones, para oponerlas a la
ideología, ilustrándolas con algunos ejemplos históricos [xvii].
Totalmente al contrario de lo que ocurre
en la filosofía alemana, que desciende del cielo sobre la tierra, aquí se
asciende de la tierra al cielo. Es decir, no se parte de lo que los hombres
dicen, se representan o se imaginan, ni tampoco del hombre predicado, pensado,
representado o imaginado, para llegar, arrancando de aquí, al hombre de carne y
hueso; se parte del hombre que realmente actúa y, arrancando de su proceso de
vida real, se expone también el desarrollo de los reflejos ideológicos y de los
ecos de este proceso de vida. También las formaciones nebulosas que se
condensan en el cerebro de los hombres son sublimaciones necesarias de su
proceso material de vida, proceso ampíricamente registrable y ligado a
condiciones materiales. La moral, la religión, la metafísica y cualquier otra
ideología y las formas de conciencia que a ellos correspondan pierden, así, la
apariencia de su propia sustantividad. No tienen su propia historia ni su
propio desarrollo, sino que los hombres que desarrollan su producción material
y su trato material cambian también, al cambiar esta realidad, su pensamiento y
los productos de su pensamiento. No es la conciencia la que determina la vida,
sino la vida la que determina la conciencia. Desde el primer punto de vista, se
parte de la conciencia como si fuera un individuo viviente; desde el segundo
punto de vista, que es el que corresponde a la vida real, se parte del mismo
individuo real viviente y se considera la conciencia solamente como su conciencia.